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Un invierno cálido

Como por arte de magia, la sensación te invade. En un micro momento se siente: un abrazo cálido en el cuerpo que despide el agarrotamiento de manos, pies y hombros encogidos. Hasta la punta de la nariz ha recuperado su color. En un instante frente a la chimenea, el fuego recompone y regala la inusual sensación de no querer estar en ningún otro lugar.



Un invierno cálido

Un invierno cálido

Los robles pueden vivir hasta 2000 años. La generosidad de estos árboles es inmensa y despiertan verdadera admiración. Su madera ha dado forma a barcos vikingos, a toneles de vino, a muebles, sobre todo mesas, y hasta ha dado cobijo a los lores ingleses en el palacio Westminster. “La característica más excepcional del roble es su dureza extrema y su resistencia. Por eso sobrelleva todas las pruebas a las que lo expone el avance de la civilización” escribe Lars Mytting en su best seller El Libro de la Madera. Una vida en los bosques. Y el noruego sentencia, «la leña es el vínculo entre el bosque y el hogar”.

 

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Cuenta Mytting que los noruegos lo tienen bastante claro en cuanto llega el invierno: frente a unos troncos de madera ardiendo lentamente, que se quite la calefacción eléctrica.

Desde que el mundo es mundo, el fuego nos atrae: las llamas tintineando, retorciéndose, ligeras pero firmes; el aroma de la madera de roble, de haya, de abedul, de arce que deja tras de sí la leña, crujiendo a chasquidos mientras mengua poco a poco… 

«En muchas culturas, el roble ocupa una posición mística. Una de las razones es el modo en que se bifurcan sus ramas» –         Lars Mytting, escritor.

Escoger las mejores piezas de madera y tenerlas alrededor contagia bienestar. Una mesa de roble, un banco de fresno, una silla de abeto. A esas sensación de calma y belleza, sus vecinos daneses lo llaman hygge y se vuelve un condimento más para transformar el frío en un invierno cálido. 



La joie de vivre en invierno

Apenas viven más de 200 habitantes en el valle del Yaak, en Montana, cerca de la frontera con Canadá. Es un lugar de difícil acceso y de inmensa belleza. Sobre cómo es vivir allí en los meses de frío habla Rick Bass en Invierno, otro libro super ventas. “Nunca había sido tan feliz; no por ser joven, estar en la facultad o ser libres sino ser feliz por estar allí, sin más, en aquel entorno por moverme en un paraje tan extraño y maravilloso”

 

Al calor de la madera

Bass llevaba años perdido, pasando de un trabajo a otro, sintiendo que no encajaba excepto cuando estaba lejos del bullicio y conectado con la naturaleza. Por fin se decidió a alquilar una cabaña en el valle, donde hay más alces que personas, y moldear la vida que siempre había querido tener. El paisaje aislado, frío y salvaje se convierte en el eje de su vida. A lo largo de su “diario de paz” describe, conscientemente cómo se enamora poco a poco del gélido invierno. 

 

La joie de vivre es ese momento en el que la vida parece hablarte directamente. Sientes que vivirás para siempre. Quieres anclarte a ese instante, y piensas “me quedo aquí y ahora para siempre” 

 

 

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La caída de los primeros copos de nieve le fascinan. El sonido al pisar la nieve virgen, le seduce, pero no hay nada que supere la sensación de entrar en calor al abrir la puerta de casa y sentir cómo su cuerpo se recupera gracias a la chimenea. “Jamás habíamos sentido aquella magia”, dice en las primeras páginas. Su joie de vivre, la emoción que estruja con pasión y plenitud la vida, está ante sus ojos. 

Sin embargo, para un hombre nacido en Texas, escoger la naturaleza no es un camino de rosas. En su diario queda claro una cosa: la joie de vivre no siempre es glamurosa. Termina por ser hedonista, estética, incluso lujosa pero requiere esfuerzo, determinación y mucho sacrificio. 

Cada día Bass sale al frío extremo a cortar madera – “la leña calienta dos veces, cuando se corta y cuando se quema” decía Thoreau en Walden – pelea con la sierra mecánica, con el motor congelado del coche, con las tuberías de su cabaña completamente inservibles. La naturaleza se impone con toda su belleza extrema pero por fin, entra en casa, se sienta a la mesa de roble con sus vecinos a cenar un pastel de arándanos con una copa de vino en la mano mientras la chimenea le calienta los pies. 

Y la recompensa es maravillosa.